Dioniso o
Baco, hijo de Zeus y Sémele, había sido criado por las Horas y las Ninfas lejos
del Olimpo, morada de los dioses. Recibió enseñanza de las musas y, amante del
vino y la alegría, se declaró protector de las vendimias.
Un día
adoptó la apariencia de un muchacho y se puso a contemplar la belleza del mar
en una playa desierta.
En aquel
momento acertó a pasar por allí una nave de piratas. Éstos decidieron
desembarcar para capturar al jovencito.
-Lo
llevaremos a Chipre- dijo el capitán del barco-, y si pertenece a alguna
familia rica, conseguiremos un buen rescate.
Dioniso no
opuso resistencia. Más bien le agradó el comienzo de aquella aventura. Los
marineros lo llevaron a bordo y lo ataron al palo mayor de la nave, con todo
cuidado.
Grande fue
la sorpresa de los piratas al ver que el prisionero no sólo no oponía
resistencia, sino que sonreía continuamente. Pero el asombre de aquella gente
llegó al colmo al comprobar que los nudos más retorcidos y apretados eran
desatados por Dioniso con suma facilidad. Con ligeros movimientos de los
músculos, el joven se liberó, rápidamente, de todas las ligaduras.
Un viejo
marinero tomó la palabra y dijo:
- Amigos, no
desafiemos a los dioses. Este jovencito no es un ser común como nosotros. Debe
gozar seguramente de la protección de algún dios, y quizás sea él mismo un
dios. Liberémoslo y honrémoslo como se merece.
Una
carcajada general recibió el prudente consejo del viejo. El capitán, burlándose
de su antiguo camarada de aventuras, respondió:
-Lo
liberaremos, sí, pero después de recibir un buen rescate por él. ¿No has
advertido, viejo tonto, que los nudos con que tú lo ataste se pueden desatar
con un poco de habilidad?
Dioniso fue
dejado en libertad a bordo, pero no se movió de junto al palo mayor en que se
apoyaba. Le divertían las maniobras de los marineros y lo alegraban las
canciones que éstos entonaban.
La nave se
dirigía a velas desplegadas hacia la isla de Chipre. Al anochecer, los
marineros se disponían a descansar, cuando vieron con asombro que del palo en
que estaba apoyado el prisionero surgía un arroyuelo rojo que tenía un
olorcillo encantador. Era vino. Y el asombro de los piratas subió de punto
cuando vieron que los palos de la nave, y el cordamen se transformaban en
troncos de vides y en retorcidos sarmientos.
El miedo del
capitán ante tal prodigio se transformó en terror cuando vio que el indefenso
joven se transformó en un soberbio león.
El espanto
impulsó a los marineros hacia la popa del barco, y uno a uno fue arrojándose al
mar.
Al tocar el
agua, los piratas se transformaron en delfines, que escoltaron la nave.
Ésta seguía navegando gallardamente, pero el dios Dioniso, el dios alegre,
conocido también con el nombre de Baco, había desaparecido. Había volado hacia
el monte Olimpo, que es la augusta morada de los dioses.
Eco y Narciso
Eco era una
ninfa que habitaba en el bosque y a la que le gustaba cazar por lo cual, era
una de las favoritas de la diosa Artemisa. Pero Eco tenía un defecto, siempre
quería tener la última palabra.
Cierto día, la diosa Hera salió en busca de su marido Zeus, al cual le gustaba
divertirse entre las ninfas. Cuando Hera llegó al bosque de las ninfas, Eco la
entretuvo con su conversación mientras las ninfas huían del lugar.
Cuando Hera descubrió la trampa la condenó diciendo a perder el uso de le
lengua y, al querer Eco tener siempre la última palabra, a responder con la
última palabra que escuche. Jamás podrá volver a hablar en primer lugar.
Eco, con su maldición a cuestas se dedicó a la cacería recorriendo montes y
bosques. Un día vio a un hermoso joven llamado Narciso y se enamoró
perdidamente de él. Deseó fervientemente poder conversar con él, pero no podía
a menos que él hablara. Entonces comenzó a perseguirlo esperando que Narciso le
dijera algo en algún momento.
Narciso escuchó crujir una rama y preguntó si había alguien, Eco respondió con
la última palabra de Narciso y él al no ver a nadie dijo: - Ven. Eco contestó
lo mismo y como nadie se acercaba Narciso le dijo que no huyera de él y que se
unieran. Eco loca de amor saltó a sus brazos repitiendo la última palabra de
Narciso: - Unámonos. Él al verla dio un salto y la rechazó cruelmente. Eco
sintió una gran vergüenza y llorando se recluyó en una cueva donde la tristeza
la consumió dejando solo su voz.
Narciso rechazó a otras ninfas que se enamoraron de él al igual que Eco. Ellas
reclamaban venganza y pidieron a la diosa Hera que él también sufriera el dolor
de un amor no correspondido y la diosa respondió favorablemente a su súplica.
Escondida en el bosque, había una fuente de agua cristalina tan clara que
parecía un espejo. Un día Narciso se acercó a beber y al ver su propia imagen
reflejada pensó que era un espíritu del agua que habitaba en ese lugar. Quedó
extasiado al ver ese rostro perfecto. Los hermosos cabellos ondulados, el azul
profundo de sus ojos y se enamoró perdidamente de esa imagen.
Deseó alejarse, pero la atracción que ejercía sobre él era tan fuerte que no
lograba separase, pero al mismo tiempo deseó besarlo y abrazarlo con todas sus
fuerzas. Se había enamorado de sí mismo.
Desesperado, Narciso comenzó a hablarle: - ¿Por qué huyes de mí, hermoso
espíritu de las aguas? Si sonrío, sonríes. Si estiro mis brazos hacia ti, tú
también los estiras. No lo comprendo.
Todas las ninfas me aman, pero no quieres acercarte. - Mientras hablaba una
lágrima cayó de sus ojos. La imagen reflejada se nubló y Narciso suplicó: -Te
ruego que te quedes junto a mí. Ya que me resulta imposible tocarte, deja que
te contemple.
Narciso continuó prendado de sí mismo. Ni comía, ni bebía por no apartarse de
la imagen que lo enamoraba hasta que un día no pudo aguantar más y se acercó
para besar aquél reflejo perfecto cayendo en la fuente. Narciso murió ahogado.
Las ninfas quisieron darle sepultura, pero no encontraron el cuerpo en ninguna
parte. En su lugar apareció una flor hermosa de hojas blancas que para
conservar su recuerdo lleva el nombre de Narciso.
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